Un testigo de la Muerte de Cristo en Niebla

La mejor gastronomía y la Semana Santa
marzo 30, 2023

¿ Hay un  testigo de la muerte de Cristo que vivió en Niebla ?

Ven y descubre la rica historia de Niebla y la Semana Santa con nuestras rutas temáticas y estas increíbles historias. Un decurión romano que era de Niebla y le escribe a su mujer desde Judea, en el año 33 después de Cristo.

» Te escribo desde Judea, como Decurión de las legiones del Pretor Poncio Pilatos, para narrarte uno de los sucesos más singulares que he visto en la vida de las milicias.

He sido testigo con mi decuria, la de Léntulo y otras, del suplicio en la ciudad de Jerusalén de un tal Jossua, galileo, enviado de Dios, que se titulaba rey de Judea, y que según la gente, daba vista a los ciegos, hacía andar a los paralíticos y tullidos, curaba a los enfermos sin medicinas de hierbas, arrojaba los malos espíritus del cuerpo de los posesos y resucitaba a los muertos; siendo por todo esto aborrecido por los escribas y sacerdotes.

Condenado al fin como sedicioso por el Sanedrín, con su presidente el pontífice Calfás, y además por el Prefecto Pilatos, en nombre del César, a la muerte en la cruz, fue ajusticiado en la cumbre del Gólgota, entre los ladrones Dimas y Gextas.

Los lictores y soldados lo crucificaron desnudo como de costumbre, con cuatro clavos; colocándole una corona de zarzas, por ser rey falso; y, sobre la cruz, una tabla con un letrero en griego, hebreo y latín, que decía: JOSSUA DE NAZARET, REY DE LOS JUDIOS.

La túnica cayó en suerte al soldado Pontino de la Decuria de Máximo, que después vendió al sacerdote Relkias, que presenciaba en nombre del Sanedrín la ejecución de la sentencia.

Jossua era de cuerpo mediano, de color moreno sonrosado y semblante sereno y humilde. Su carácter bondadoso estaba realzado por una poblada y sedosa barba que caía dividida sobre el pecho, ojos de cielo y grande cabellera, que formando trenzas o guejadas descansaba sobre sus hombros.

En los momentos de su muerte, la borrasca que se cernía próxima se desencadenó en furiosa tempestad sobre toda Judea. Sobrevino la noche inesperadamente por un eclipse de Sol, y la tierra temblaba bajo nuestros pies. Los curiosos huyeron amedrentados y sólo nos quedamos para custodiar a los reos ya muertos por la lanzada de gracia de Longinos, los soldados de dos decurias a las órdenes de Léntulo y mías. Y no muy lejos de nosotros estaba la madre de Jossua y algunos parientes.

Descolgado Jossua de la cruz, al día siguiente de Venus, en la Pascua Judaica, por algunos jueces ancianos del Sanedrín, amigos suyos, custodiamos su sepulcro cavado en piedra; pero al día siguiente, de madrugada, entre poderosos resplandores como de rayos de tempestad que nos aterraron a todos, desapareció de la tumba.

Verdaderamente, este rey de los judíos, según la opinión de muchos, era el Dios del Imperio o hijo suyo o gran profeta entre la nación de los hebreos.

Tal impresión ha causado en mí este suceso que, desde entonces, quiero dejar de pertenecer a las legiones del César, y pronto, los dioses lo permitan, seré en tu presencia.

El cuatrirrente Cayo, que va a casa con las naves, te dará esta epístola. Salud y gracia».

Clodio Fabato, Decurión